lunes, 17 de diciembre de 2012

Decimoctavo vuelo: Amor de papel, parte 4

Ese día ella se levantó y fue a su trabajo. A todas les asignaron  el doble para tejer que el día anterior, pero nadie se quejaba pues ya las habían avisado del camio ayer ¿Y qué podía hacer ella? Tejer para comer, para algún día poder diseñar. No es que tuviesen tanta demanda, todo lo contrario. La jefa había despedido a la mitad de las chicas porque no podía pagarles y ahora ellas tenían que trabajar el doble. La radio continuaba sonando sin sentido. Salió del trabajo a las ocho de la tarde, durmió y volvió a empezar. Su vida no estaba en lo peor, pero parecía resbalar por ese camino. Él de vez en cuando aparecía como una luz en la oscuridad, pero ella ya no tenía tiempo para doblar papeles y él no encontraba más flores. Así pasaron los días entre trabajar y dormir. Ya las flores se habían enfriado y...marchitado.

No sólo se habían marchitado las flores. La gente caminaba al trabajo con cara ausente, los que tenían, claro. Tal y como ella predecía, el mundo a su alrededor se estaba convirtiendo en una masa de monotonía de personas del mismo color que los elefantes del circo. Materia muerta, arrugas tempranas, desperdicio, ojeras, vicio, egoísmo, desprecio, odio. Más tarde vinieron los desastres, luego las revelaciones. En resumen, una decadencia de las personas acabada en odio y condicionada por desastres tales como el hambre (y la oposición de la naturaleza, su furia, que lleva a más hambre). Por último, la revelación de unos contra otros ¡Y ella que creía que su vida estaba en lo peor!

El primer disparo, la guerra había comenzado.

 Corría, ella corría a su casa. Los rebeldes yacían sin vida por las calles. Corría. Más de ellos caían como en efecto dominó. El principio de la guerra fue muy sangriento. Corría, pero nunca llegaba.

Otra pajarita había desaparecido. La niña lloraba, pero ella no podía hacer más que dormir y trabajar ¿Seguro que lloraba por la pajarita?

Dispararon en las calles, mataron incluso al vecino. Algo que no cuadraba ¿Qué culpa tenía el sumiso vecino? ¿Por qué lo habían matado?

Corría de nuevo. Tenía que hacer algo, pero ¿Qué?

-¡Tú, tú! ¡¿Cómo eres capaz de seducir a mi hijo?! ¡Estás despedida!- La jefa la había descubierto, ahora era una persona inútil, no podía alimentar a su familia.

Otra pajarita voló. La niña lloraba.

-¡¿Qué quieres que haga?! ¡Tengo que buscar trabajo!

Corría, corría, tenía hambre. Pasteles en los escaparates. No había nadie en las tiendas, no había trabajo. Todo era muerte y odio. El olor de los pasteles era demasiado tentador, tenía que irse. Corría.

En su casa todos estaban sin energía, sentados, con una delgadez extrema. La hermanita lloraba. Su llanto hacía eco en la cabeza de ella.

Todo se deformaba en un remolino marrón lleno de objetos y ninguna persona. Ella se caía, corría, la niña lloraba, hambre, mendigos, corría, disparos, muerte en la calle de su casa, otra pajarita caída (la última de papel), la niña lloraba, gritos, corría, disparos, la niña seguía llorando, otro disparo más, cayó otra pajarita, la más grande y hermosa de todas. La niña ya no lloraba. Corrió, llegó.

Entró en su casa. La niña ya no lloraba, ahora lloraban los demás. La niña yacía en el suelo fría. No tenía expresión, sólo estaba allí (o no estaba) fría, con los ojos cerrados. El vestido rosa claro se teñía del oscuro de su sangre. Había sido un accidente, un disparo con mala puntería.

Fue una tortura para ella. Ninguna de las dos respiraba: Una de ellas por su estado y la otra porque su desesperación se lo impedía. Sus lágrimas etéreas, sus gritos desgarradores, sus mejillas pesadas y latidos, latidos que su hermana no tenía. Ahora sólo quedaba sufrir.

Al principio, su tumba la poblaron los lirios rojos y blancos, más tarde de otros colores.Llovía, tronaba. Luego, se posaron allí las pajaritas. La niebla acariciaba el papel de las figuras. Después llegaron los loros, las flores de cerezo, los barcos, aviones, grullas, mariposas, conejos, ranas, rosas, estrellas, cubos, nenúfares, gatos, corazones, carambolas, perros, peces, flores de loto... Era una obsesión, no servía para nada. Su hermana seguía junto a las raíces de las plantas. No iba a resucitar por muchos folios que doblase.

Su madre y su padre habían enloquecido. Se limitaban a permanecer juntos y ausentes en casa, una casa que duraría poco tiempo en sus manos. A ella nadie la miraba, no había nadie que la quisiese, no la curaban, nadie se molestaba por llevarla de vuelta a la vida. No tenía trabajo, ni familia, ni amigos, ni sueños, ni pasiones. Tampoco tenía esperanza, lo último que guardaba la caja de Pandora. Morir de hambre era lo único que quedaba.

Buscó un cuchillo en la cocina. Miró su rostro en el metal. No, eso dejaría todo sucio y dolería ¿Que tal tirarse del último piso? Subió hasta allí y miró hacia abajo. Ni hablar, el cuchillo era mejor que tirarse al vacío. Al final, acabó decidiéndose por las pastillas. Al fin y al cabo, es el método más usual de suicidio.Cogió una. Estaba a punto de hacerlo cuando escuchó de nuevo los gritos de la gente. Más disparos. Gente que tenía una familia y una posible vida por delante moría. Inocentes que no tenían la culpa de nada ¿De verdad estaba bien suicidarse, malgastar una vida, cuando otros harían cualquier cosa por no morir? Era como tirar a la basura comida delante de un pobre hambriento como ella.

Tras pensarlo un poco llegó a una decisión. Salió de casa y buscó a alguien a quien regalarle su vida. Cualquiera que la mereciese, aunque fuese un completo desconocido. Al menos así, morir serviría para algo.

Los contrarios al sistema eran buscados, perseguidos y una vez encontrados, ejecutados. Si por casualidad se enteraban de alguien y lo encontraban en su casa, lo sacaban a patadas y sin juicio ni palabra le daban un tiro. Por ello había matanzas en las calles todos los días.

Quizá por puro azar o a causa del destino, en el mismo momento en el que ella pasó por el taller los guardias se disponían a acabar con él en la puerta, bajo el mismo balcón sobre el que había arrojado la grulla.

-¡Mi hijo! ¡Dile, dile que es mentira! ¡Por favor, no lo maten!- Él era contrario al sistema. Sin duda lo iban a matar. Su madre lloraba.

-Mamá, vive tú por mi- Fue entonces cuando se prepararon para dispararle. Uno agarraba la pistola y el otro lo sujetaba fuertemente. Ella lo salvó.

-¡No!- corrió hacia ellos. Blandiendo un palo atacó a quien le agarraba y luego empujó a él para que huyera.

-¡Corre! ¡Corre!- Le hizo caso y corrió. Miró atrás de forma que ella lo último que vio fue su mágico rostro. Sus ojos, dos destellos bajo su cabello al viento. Su piel lisa, su expresión sorprendida. Luego, el guardia de la pistola la mató sin pensárselo.

Había muerto por él y sin duda él lo merecía. Él, que podía aprovechar una vida junto a una familia y unos amigos. La persona a la que ella amaba. Ya lo había dado todo... por él. Murió, despertó.


domingo, 2 de diciembre de 2012

Decimoséptimo vuelo: lo que ocurrirá con la batalla (hoy por fín lo encontré entre mis papeles)

Abrí la puerta y allí no había luz blanca y la luz verde se escondía de la luz marrón. La gota líquida estaba muy turbulenta, estaba a riesgo de estallar y permanecía lejos de la gota sólida, que veía la turbulencia de la otra sin hacer nada y parecía extrañar sus juegos, sólo lo parecía. A falta de música la débil gota tintineaba, cantaba. Pero no has ganado, gota sólida, aún no. La líquida tiene una táctica, es débil pero luchará aunque tenga una mínima posibilidad.

Se arrojará hacia ti, se convertirá en una gota de luz. Antes de llegar te derretirás y luego te atravesará. Después la absorberás o la expulsarás, pero es seguro que te atravesará.