domingo, 30 de septiembre de 2012

decimotercero vuelo: La nana del ángel

Cuando acaban su camino
pliegan sus alas sin hacer ruido,
buscan su nido,
dejan el cielo,
crean un sueño.
Tú, mi ángel de algodón
pliega tus alas en éste rincón.

Duerme, duerme,
estaré aquí
mirando tu rostro de seda y marfil.
Duerme, duerme,
esperaré así
que llegues a tu jardín.

A la luz de la luna
tu sonrisa pura
como un jazmín
sonríe para mi
cuán melodía clara
y te canto esta nana para dormir.

Duerme, duerme,
estaré aquí
mirando tu rostro de seda y marfil.
Duerme, duerme,
esperaré así
que llegues a tu jardín.

Te acariciaré,
buscaré tus alas
caerás en tu sueño con ésta nana.
Rozarán tus mejillas
muchas negras damas
que verán un beso de miel y manzanas.

Duerme, duerme,

estaré aquí
mirando tu rostro de seda y marfil.
Duerme, duerme,
esperaré así
que llegues a tu jardín.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Duodécimo vuelo: Rapsodia de una noche

Ella había crecido. Bajo las mismas estrellas del mismo cielo estaba pasando entre los matorrales sujetos por la arena más suave y marfil, donde los simpáticos escarabajos escondidos se fundían con la ausencia de luz de la noche. La arena escondía el mar. Los niños una vez más le hacían olvidar todo volviendo a la niñez, sobretodo su Peter personal que no crecía en alma, que seguía haciendo a todos reir y dejaba que la tierra acariciara su pelo o colisionara contra su cuerpo mojada a la vez que tomaba de ella 
para lanzarla y devolver el barro a quien con él jugaba.

Segunda estrella a la derecha, el susurro del eucaliptal, subida, bajada y el agua se volvía verde azulada con el estrépito de las olas. De ese color brillaban en la noche haciéndose ver desde la colina donde se encontraba ella. Su mirada se iluminó en la presencia de las mágicas luces del mar y corrieron veloces para alcanzar el misterio desconocido.

Se hayan en tan recóndito lugar aventuras a diestro y siniestro, belleza natural que se alza a todos los sentidos. Pero dicho espectáculo desbordaba el esplendor común del aire fresco, la humedad marina y el olor a azul de la playa.

Los niños llegaron y al pisar la arene quedaba una huella verde que se desvanecía tras sus pasos. Ella al verlo rió emocionada y trazó una linea (como si sus piernas fuesen un compás) que se volvió verde y más tarde desapareció. Tambien dibujó con las manos. Los niños escribían palabras fluorescentes instantáneas y si corrían dejaban tras de si una mágica estela como un hada o una estrella fugaz en forma humana. Se volvieron locos. Ella bailaba, corría, saltaba... Hasta que llegaron a lo que originaba tal revuelo de brillos verdes: el mar. Un niño metió una mano y la extremidad brillaba con diminutas estrellas, así como su brazo al mojarlo con ese agua. Parecía polvo libre y se transmitía de un niño a otro como tal. Ella chocó su mano contra la mano estrellada de un amigo para contagiarsse de magia e introdujo la mano en el mar haciendo que aparecieran miles de destellos más. Los niños brillaban por si mismos durante cinco segundos.

Él cogió agua e hizo que cayese sobre su radiante rostro y siendo antes radiante relució todavía más con el poder de las estrellas como si fuese un cachito de cielo en tierra con ojos, boca y rasgos humanos.

Como en un sueño seguía la euforia, no terminaba. Un canto de risas acompañaba el eco de la marea. Cantaban corriendo, bailaban, salpicaban agua, tiraban tierra y todo dejaba su rastro. Con música pura, con el océano mutado, con la oscuridad que creaba luces; compartiendo la dicha de aquella noche inocente decidieron perseguirse tras pisadas encantadas que les delataban. El ritmo de ellas iluminado hacía más facil el juego, por eso ella jugaba persiguiendo el encantamiento para que se quedara en ella. No pilló los destellos, ni la magia, ni los reflejos; lo que atrapó fue a él por un momento entre la nueva palidez de las orillas al fundirse el color de los pasos de ambos.

Un instante en el pasado, una posible última mano aferrada a la camiseta de él como recuerdo de las aventuras infantiles vividas. Esa fue la noche de los niños, la muchacha y el fósforo allí donde nunca desaparecería la energía de ellos ni de su amistad a diferencia del hermoso brillo, que se lo llevaron las aguas turbulentas y nos dejaron bellos recuerdos de regalo.